Y de repente una mañana parece que han pasado cien años desde que empezamos a olvidarnos. El peso del recuerdo, literal, ha disminuido de tal manera que bien pudiera haberlo engullido el día a día. Tras maniobras imposibles para separar mis pensamientos entre los que estabas y los que no, tras el esfuerzo de evitar encontrarte en cada una de las cosas que me atraían, tras dejar a un lado tus qué pensarías ahora, fui viviendo la vida de otro, de alguien que caminaba mirando al suelo. 

El agotamiento se hizo fuerte y las ganas de reír se escondían, nunca dejé de correr en sentido contrario. Hasta que llega el día en el que miras atrás y no temes que duela. Ese día en el que lo primero que te dices es ya no te necesito. Pero es mentira. Todo el trabajo mental iba destinado a esquivar el dolor de tu ausencia, pero no había un hueco que rellenar, nunca lo hubo. Estuve dentro de ti y tú de mí pero a mi lado y yo al tuyo. Nos mezclamos y agitamos como nadie sabrá. Nos hemos llorado y reído. Nos hemos visto con los ojos de no querer ver a nadie más. Y ahora lo sé. Nunca te necesité. Te quise. Aún te quiero.

No te necesito.

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